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Por Leandro Martínez Depietri

No apartes la cabeza; nada de orgullo, ni falsa delicadeza. Este vil trapo es la materia prima que se convertirá en el ornamento de nuestras bibliotecas y en el precioso tesoro del espíritu humano. Louis-Sébastien Mercier

Dos barbudos de pelo cano recolectan trapos en una metrópolis cambiante.

La imagen no proviene de los miles y miles de traperos –chiffonniers en su lengua madre- que pateaban las calles de París en los siglos XVIII y XIX en busca de sobrantes de tela. Sin embargo, hay un aire de familia con nuestros artistas. Los traperos hacían de los retazos (chiffons) pulpa de papel para libros de ilustres pensadores y poetas malditos. Chiachio & Giannone hacen de estos fragmentos un soporte para sus fantasías polimorfas.

Buenos Aires ya no es la París de Sudamérica, nunca lo fue. No es la capital de un imperio colonial en expansión, sino la ciudad de la furia en un mundo decadente. Sin embargo, su colección de trapos cuenta historias peregrinas y cosmopolitas: frazadas de casa de verano, un pañuelo Hermès de otra época, falsos gobelinos con aristócratas de pelucones y tacos altos, un tapiz de toile de jouy traficado de Estados Unidos por la hija de una amiga, varias camisas de puto, de loca bárbara, de padre que ya no está y otros tantos chismes.

La acumulación de retazos es efecto de un soplo caprichoso de aquel viento que llamamos eterno retorno, el que ofrece siempre la posibilidad de nuevas composiciones. Chiachio & Giannone son depositados por ese mismo vendaval como una encarnación sudaca y trasnochada de los chiffonniers decimonónicos. Con sus barbas blancas que repiten incansablemente, tienen mucho del aire sabio y trasgresor de estas figuras olvidadas. Estos personajes vivían a la sombra de la Ciudad de las Luces; eran cartoneros del resto suave de la industrialización moderna y entraron así por la puerta grande de la cultura europea…

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